sábado, 24 de noviembre de 2012

Comunicación adolescencia


Pablo, mi hijo mayor de 14 años, que reside en Barcelona con su padre, ha venido a casa este fin de semana. Lo recogimos muy ilusionadas Magdalena y yo en el aeropuerto. Cada vez está mas alto, mas guapo..Que delgado estás hijo! le dije yo... en fin, todas esas cosas que decimos y pensamos las madres.

Una vez llegamos a casa, ellos dos se pusieron a jugar como suelen hacerlo, a grito pelado. Con una diferencia de edad de 11 años, y siendo el mayor un varón y la pequeña, una delicada flor, uno podría pensar que el juego pueda suponer un esfuerzo para el grande. En su caso, y si una servidora supera algunos prejuicios y se limita a disfrutar de verlos, la interacción es muy curiosa y beneficiosa para los dos. Gritan, se enfadan pero sobretodo rien. Y esto, para cualquier padre, es la mejor de las melodías.

Pasado el habitual rato compartido, cada uno nos dedicamos a lo que nos apetecía. Pablo subió a jugar a la Play, Magdalena se fue con su papá a la sala de juegos del pueblo y yo empecé a preparar todo para encender la chimenea. No era una tarde especialmente fría pero habíamos pactado previamente ver juntos su serie favorita ( La que se avecina) y me dije yo que ese "sacrificio" tenía que ir acompañado de su beneficio.

Cuando preparo la chimenea siempre conecto con mi madre que falleció hace poco mas de un año: Francisca. Era una mujer con una coraza muy dura, misma que vi desvanecerse en sus últimas semanas de vida. No se escandalicen, por favor, si digo que en su último mes de vida es cuando me sentí mas unida a ella. Acarreaba yo mi macuto de culpas y presiento que no era la única.

Reviví ayer, sin dolor ni nostalgia, las sensaciones que tenía cuando iba a verlos a Mallorca y descubría que mi madre había preparado mi cama y cocinado mis platos favoritos. La observaba organizar dentro de la chimenea los tronquitos de menor a mayor y me preguntaba interiormente cosas sobre ella y mi padre, sus vidas, si eran felices, si me extrañaban o si estaban orgullosos de mi. Apareció Pablo en lo alto de la escalera y sonrió. Me pregunté cuáles serían las preguntas que se haría él sobre mi y mi vida.
Esa misma mañana había escrito un post sobre ser un refugio para nuestros hijos y tenía serias dudas de serlo para Pablo. Se sentó a mi lado, delante del fuego e hizo la broma de tirarle unas patatas fritas campesinas rancias que estaba en la cocina desde la última vez que vino. Nos reímos. Notaba que me miraba. Yo pensaba que me gustaría que fuéramos capaces de hablarnos y preguntarnos cualquier cosa, sin temor a nada, sin tabues.
Me preguntó si lo que estaba pensando era triste.
Soy consciente, porque me lo han dicho muchas veces, que mi expresión se vuelve muy seria a veces. Conmovida por saberme observada por mi hijo adolescente,  recordé ese muro que me separaba de mis padres, consciente de que a todos nos dolía. En honor a ella decidí obviar el muro y descubrí que no era mas que una ilusión.

Me oí a mi misma preguntarle algo que ni siquiera me había planteado ni remotamente

"Cuando me imaginas aquí en Gerena, ¿Sientes pena?"

Con expresión sorprendida pero sobretodo aliviada de poder sacarse la espina dijo:

"Si, me siento culpable de haberme ido de nuevo a Barcelona"

Lo que vino luego es asunto nuestro ( disculpenme ).  Lo que me parece realmente importante y motivo de escribir este post es que el cambio, en el área que sea, está disponible en cualquier momento.

No quiere decir que ahora nos vayamos a contar todo. No lo espero ni deseo. Pero se que este momento de conexión que hemos tenido es parte de este refugio que pretendo ser.

Salud y risa.




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