Lleva días lloviendo, dentro y fuera.
De nuevo montada en la montaña rusa emocional y después de una reconfortante charla al calor de una infusión, he salido de casa en busca de un rayo de sol que se ha asomado a mi ventana. El rayo ha durado poco, pero por lo menos ya estaba en la calle.
Vivo en un pueblo de 7.000 habitantes y sin darte cuenta, pueden pasar semanas sin que, simplemente, pasees por él. Faltaban 20 minutos para recoger a Magdalena y he escogido un banco a pie de la calle principal para practicar uno de mis hobbys favoritos: El voyeurismo. Nunca lo he practicado en Gerena y sin las gafas de sol quedaba muy expuesta, pero aun así, ¿Por qué no? me he decidido a probar. Lo de mirar siempre ha sido lo mío; Observar a la gente me lleva siempre a la reflexión y a mis pequeñas pero valiosas verdades.
Desde hace un tiempo le añadí a mi hobby un componente constructivo y empecé a fijarme en los pensamientos que pasaban por mi cabeza, sobretodo cuando miraba a alguien que me provocara algún sentimiento negativo. Me obligaba a descubrir la razón de ese sentimiento y la verdad es que a lo largo del tiempo he descubierto muchas cosas de mi misma haciendo este ejercicio. Ultimamente me estoy exigiendo mas y trato de imaginarme el niño interior de la persona y casi siempre, si me concentro, llego a sentir algo similar a la ternura. Y así, por arte de magia, ese muchacho de cabello engominado con aires de grandeza que parece mirar a los demás por encima del hombro, empieza a transfigurarse delante de mi para acabar convirtiéndose en aquel niño que no recibió toda la atención que creía merecer. Si hilo mas fino me reconozco a mi misma, Si, yo también soy él.
Pero hoy no tenía energía ni amor que me sobrara para tal ejercicio, hoy no. Hoy buscaba alguien que me emocionara sin tener que esforzarme por ver el lado bueno. El regalo no se ha hecho esperar. He escuchado detrás de mi unos pies que se arrastraban y me he dado la vuelta. Una anciana que tengo vista del colegio caminaba lentamente un poco encorvada y con las piernas hinchadas, una de ellas vendada, y con unas zapatillas de andar por casa. El pie de la pierna vendada debía estar hinchado porque la zapatilla la llevaba, como decimos en mi tierra "entapinada". Se ayudaba con una muleta.
Yo estaba sentada a unos 50 metros de la escuela. "Ya le falta poco" pensaba para mis adentros...pero en vez de seguir recto ha cruzado el paso de cebra y se ha dirigido al kiosco de chucherías. Supongo que yo debía estar a flor de piel porque ese trayecto de mas, dadas sus condiciones físicas, me ha parecido digno no solo de una superabuela sino de una heroína octogenaría.
( Ahora si que eran imprescindibles las gafas de sol, snif )
A partir de ahí mi corazón estaba colmado y satisfecho por ver una vez mas la maravilla que es vivir si uno puede presenciar estos milagros. También me hizo pensar en una conversación que habíamos mantenido por la mañana respecto a las personas mayores que no encuentran razón para seguir viviendo. Me he imaginado a esa abuela que, a sabiendas de que somos simples mortales, piensa en algún momento melancólico a la vez que realista: Esta puede ser la última tarde que pase con mi nieta.
Me acordé de un cuento que leí sobre una mariposa que equivocadamente pensaba que era de las que vivía un solo día y se propuso vivirlo a tope y con alegría. Luego descubrió la verdad, que iba a seguir viviendo, pero siguió repitiendo esa forma de vivir hasta que de verdad le llegó su hora.
Todas estas reflexiones han supuesto un estímulo para hacerme estos recordatorios:
- La vida es fugaz
- Tengo 40 tacos y debo comer menos nutella
- Un banco en Gerena es tan bueno como un banco en Sevilla
- Si en un mal día deseas ver un rayo de luz, el rayo llega.
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