Agradezco a Hendrik Vaneeckhaute la posibilidad de difundir su artículo.
Por Hendrik Vaneeckhaute
Los conflictos
Los conflictos son normales, saludables, necesarios y una fuente de crecimiento para los niños (y para los adultos). En la medida que logran solucionar los conflictos de forma satisfactoria, los niños tendrán una personalidad más fuerte y equilibrada y gozarán de una buena autoestima.
No hay que intentar evitar los conflictos y mucho menos intentar reprimirlos. Pero tampoco significa que no hay que tomar medidas que prevengan los conflictos en algunos casos (muchos niños con pocos acompañantes, niños muy pequeños, edades muy distintas, etc.).
Para saber cuándo y cómo intervenir en los conflictos, es necesario analizar primero el conflicto. Podemos distinguir entre los conflictos originados por un ambiente no-adecuado (los conflictos evitables) y aquellos conflictos que surgen desde la propia vivencia de límites, de la convivencia y de la necesidad de distinguirse como individuos del mundo que les rodea (los conflictos inevitables).
Los conflictos evitables, que surgen por el entorno no-adecuado tienen solución fácil: adecuar el entorno a las necesidades de los niños. Por entorno entendemos tanto el entorno emocional como físico. El entorno emocional adecuado asegura que los niños en todo momento tienen cubiertas sus necesidades emocionales, afectivas, intelectuales y físicas. Por entorno físico entendemos un espacio seguro, sin peligros activos, con materiales adecuados y suficientemente amplio. En un entorno con demasiados límites, donde no hay suficientes posibilidades de libertad de movimiento o donde los materiales no son adecuados o suficientes, las tensiones suelen crecer rápidamente.
El entorno emocional adecuado asegura que los niños se sienten amados y aceptados, lo cual permite que no entren en un proceso de activación de su agresividad (la energía vinculada al instinto de supervivencia) como forma de buscar salida a las frustraciones y a las llamadas de atención.
El entorno físico adecuado asegura que los niños se sienten con seguridad y autonomía para jugar y experimentar y para dar salida a la curiosidad y el deseo de entender y aprender.
Todos disponemos de agresividad, pero en la medida que tenemos satisfechas nuestras necesidades básicas y/o disponemos de canales de expresión y/o disponemos de medios para satisfacer estas necesidades, nuestra agresividad no se activa (o no supera ciertos límites más allá de mantenernos vivos).
La resolución de conflictos
Cuando un niño aprende que los conflictos se resuelven a través de la ley del más fuerte, aplicará este esquema también en su vida como adolescente y adulto y lo aprobará también en general en la sociedad (guerras justificadas, capitalismo salvaje, desigualdad social, etc.).
La violencia suele dar ‘resultados’ y ‘soluciones’ a corto plazo. Por eso es tan fácil que se aprenda y se aplique, a pesar de que las consecuencias a largo plazo son negativas.
A largo plazo, la violencia suele producir personas inseguras:
- O aplicarán la ley del más fuerte siempre que puedan y se esconderán detrás de una pantalla de persona físicamente o síquicamente fuerte –aunque este último suele mas bien traducirse en insensibilidad. (Estaríamos hablando en este caso en realidad de una persona dura.) En muchos casos necesitarán reconfirmar ese papel de persona fuerte, a través de por ejemplo una carrera profesional a todo coste o ejercer el papel de dominante en sus relaciones con otras personas. Llegando a la extrema contradicción: cuánto más violenta (más necesidad de expresar su superioridad) es la persona, más débil en el fondo se siente y es.
- O asumirán el papel de persona que se adapte siempre a las situaciones sin tomar en cuenta sus propios deseos. No opina, no se siente importante, hasta llegar al extremo de autolesionarse.
La resolución de los conflictos entre niños.
Los niños aprenden de los adultos como resolver los conflictos por tres vías:
1) El trato entre los adultos: como los padres y otras personas de referencia resuelven sus conflictos
2) Como los adultos tratan a los niños
3) Como los adultos manejan las relaciones entre los niños.
1) Si queremos que los niños no sean violentos entre ellos, es muy importante que las personas de referencia para los niños tampoco lo sean. Los niños (pequeños), en gran parte, aprenden a través de la imitación, y se comportarán según ven en su entorno. Aquí es muy importante señalar el efecto dañino de la televisión, sobre todo en niños pequeños. Horas de películas y dibujos animados en los cuales sus héroes resuelven una y otra vez sus conflictos de forma violenta, forman un ejemplo muy seguido y imitado por los niños. En sus juegos imitan a sus héroes, -más todavía si les compramos los atributos (armas) que utilizan- y así interiorizan estas actitudes como propias de una forma inconsciente. No importa si los niños ya un poco más mayores saben distinguir entre la realidad y la ficción, la interiorización de las actitudes y de los modelos para resolver los conflictos se hace de forma inconsciente, repitiendo una y otra vez las escenas. (Ese proceso de interiorización inconsciente también ocurre en los adultos, en este principio está basada la publicidad diaria y repetitiva.)
2) Los niños también aprenden de la forma como los adultos les tratan. Si no damos respuesta a sus necesidades, si pretendemos que nos obedezcan, si pensamos que les tenemos que explicar todo (porque nosotros lo sabemos y ellos no), intentamos convencer, no toleramos respuesta, gritamos, nos quejamos, insultamos, damos órdenes, etc., aplicamos una comunicación unidireccional del adulto (superior) hacia el niño (inferior). El niño aprenderá que el más fuerte impone su voluntad al más débil, y lo aplicará también. No atender las necesidades del niño, es una forma de violencia, en la cual el adulto ignora, es decir, convierte en un inferior absoluto, al niño. La reacción del niño será sobre todo una reacción de sumisión o de traslado de la agresividad a otros niños. Pocas veces los niños pequeños entrarán en reacción (una escalada) contra sus padres, las personas que más (les) ‘quieren’. (Cosa que puede cambiar en la adolescencia, y aun así se hará generalmente de forma indirecta, asumiendo actitudes que chocan a los padres.)
3) La tercera forma como los niños aprenden de los adultos a manejar los conflictos es como ven a los adultos manejar las relaciones entre los niños. En la medida que dejamos a los niños resolver sus conflictos de forma violenta, buscamos culpables (el malo), sólo intervenimos cuando la violencia sobrepasa ciertos límites, ignoramos o minimizamos la violencia y sus efectos o intervenimos de forma violenta, también les estaremos enseñando y confirmando este modelo violento.
Cuándo y cómo intervenir
Hay que distinguir entre conflictos puntuales y los conflictos ‘crónicos’, cuando un niño muestra una actitud conflictiva frente a otros niños de forma más constante, incluso sin que haya un conflicto concreto entre ellos.
A/ Conflictos puntuales
En caso de los conflictos evitables, la solución es adecuar el entorno. Si eso no es posible o en el caso de un conflicto no-evitable tenemos que pensar sobre el cuándo y el cómo intervenir.
¿Cuándo intervenir en conflictos puntuales?
1) En primera instancia dejamos que los niños experimenten y en muchos casos encuentren una solución por su propia cuenta. Aunque se crea un momento de tensión, aunque parece que las cosas van por mal camino, dejamos que los niños tengan la oportunidad y la experiencia de encontrar una solución. Eso sí, si vemos que la situación se vuelve tensa, o que un niño no se encuentra bien, nos acercamos, nos bajamos a su nivel (literalmente) y dejamos notar nuestra cercanía.
2) Cuando el conflicto se hace violento hace falta intervenir para evitar agresiones peligrosas y ayudar a encontrar una solución no violenta
3) En muchos casos no estaremos presentes cuando ocurre un conflicto con desenlace violento, y nuestra intervención es a posteriori.
Muchas veces se asume, en el punto 2), que no hay que intervenir cuando los dos niños ya son un poco mayores y sólo hacerlo cuando hay una gran desigualdad entre los niños, cuando son niños muy pequeños (menos de 3 años) o cuando la ‘solución’ del conflicto realmente se vuelve muy violenta. Creo que es una actitud errónea como reacción generalizada o regla fija, porque
a) los niños tienen ocasiones de sobra para experimentar la resolución de conflictos sin presencia y ayuda de un adulto;
b) la no-intervención del adulto presente durante la resolución violenta del conflicto les enseña a los niños que así se resuelven los conflictos. Y si el adulto sólo interviene en determinados momentos, les parecerá que toda la fase anterior a la intervención es una violencia tolerable o que ni siquiera es violencia;
c) es muy relativo lo que es muy violento (lo que determina el momento de la intervención del adulto). La violencia verbal y la actitud amenazante (en general ni siquiera considerada como violencia) también son muy dañinas;
d) la intervención del adulto es la oportunidad para acompañarles en el proceso creativo de encontrar soluciones y para experimentar otras formas de resolver los conflictos en su día a día. (Desafortunadamente los niños tienen en su entorno ejemplos de sobra de la resolución violenta de conflictos y carecen de otros ejemplos.);
e) se utiliza el argumento que así los niños se hacen fuertes para afrontar la vida en la sociedad, olvidando que es justamente la violencia que crea personas inseguras
f) también se dice que no hay que frenar o bloquear la agresividad del niño, pero no se trata de frenar la agresividad, sino de canalizarla de otra forma, justamente para llegar a soluciones más satisfactorias que hacen menos necesarias las expresiones violentas o la sobre-activación de la agresividad.
Tampoco hay que asustarse o dramatizar el hecho de que dos niños se pegan en un momento puntual. Son capaces de sobrellevarlo sin ningún problema si no conlleva un bloqueo del juego y si la violencia es simplemente expresión (puntual) de la agresividad vital en ese momento (mas que una forma de solucionar el conflicto). Prueba de ello es que muchas veces, a los pocos segundos, están otra vez jugando juntos. El problema está cuando vemos que es muy seguido, sistemático, desigual, bloquea el juego, o que sí influye en la actitud de los niños.
¿Cómo intervenir en conflictos puntuales?
1) No intervenir en un proceso de creación y solución de un conflicto cuando no es violento.
2) Intervenir en un conflicto concreto: parar el conflicto en el momento de que se vuelve violento. La intervención se hará con el objetivo de calmar a los niños, aclarar la situación del conflicto, y acompañarles en su búsqueda de soluciones. No se trata de proponerles la solución, más bien ayudarles a buscarla. Con niños pequeños se trata muchas veces de acompañarles en su frustración por no conseguir lo que en eso momento quieren.
3) Intervención posteriori: muchas veces intervenimos en un conflicto cuando el proceso de escalada ya está muy avanzada o cuando una de las partes involucradas pide ayuda o viene llorando. Es importante no buscar culpables, porque nuestra posible observación sólo se refiere a la última parte de la escalada del conflicto y no solemos saber como ha sido el proceso, y aunque lo supiéramos no nos ayudaría porque tampoco se trata de ‘castigar al culpable’. Es importante hacer un proceso de des-escalar el conflicto junto con los niños, no para buscar culpables pero con el objetivo de que se den cuenta de que ha habido tal escalada por las dos partes, y que muchas veces se había iniciado por un malentendido o por una acción accidental. Si lo hacemos de forma tranquila, los niños también se tranquilizarán, y les ayudará a darse cuenta cómo se construyen los conflictos y cómo se podrían resolver. La intervención posteriori a veces no se puede hacer de forma inmediata, porque los niños están demasiados exaltados, pero es importante retomar el tema en un momento más tranquilo, para que entiendan mejor lo que pasó y cómo podrían actuar de otra forma.
La intervención del adulto requiere tranquilidad, una actitud firme y a veces una gran creatividad para acompañar a los niños en el camino de una solución. Lo que no deberíamos hacer es castigar (tampoco indirectamente o sutilmente con nuestra actitud), buscar culpables o hacer lo mismo que el niño para que se dé cuenta cómo la otra persona se sintió.
B/ Conflictos ‘crónicos’.
Un niño mantiene una actitud violenta, no sólo en el momento de resolver conflictos puntuales, pero también se impone, aparentemente sin razón, con violencia frente a otros niños.
Es muy importante siempre distinguir entre la persona (que siempre aceptamos) y su actitud violenta (que no aceptamos). En ningún momento se trata de castigar al niño, sino de comunicar sobre su actitud. Comunicar quiere decir hablar y escuchar. Hablar para explicar nuestro rechazo a la actitud de violencia frente a otros niños, y escuchar los sentimientos y las necesidades del niño. Y también comunicar sobre las soluciones. Con una actitud violenta un niño nos está diciendo algo, y si rechazamos su actitud violenta, no quiere decir que rechazamos su mensaje.
En realidad se trata de un conflicto evitable que requiere una intervención integral.
Por un lado habrá que trabajar las causas (un entorno físico o emocional no-adecuado) que generan este mensaje expresado de manera violenta, del otro lado no podemos esperar hasta que algo cambie, porque suele ser un proceso largo para detectar bien las causas y encontrar soluciones para ellas. Por ello también hay que trabajar la forma de expresar el mensaje. Buscar, dialogando, mecanismos para canalizar la energía (de frustración, agresividad, dolor, etc.) del niño de una forma que no sea violenta para los demás – ni para el niño mismo. Por ejemplo a través de más juegos físicos, deporte, mimos, creatividad, etc. Se trata de un proceso comunicativo con el niño para encontrar estos canales. Aquí es importante captar los señales en la actitud del niño que apuntan a un acumulo de agresividad y ayudarle al niño a ser consciente de ello (ayudarle en autogestionar esa energía o agresividad).